jueves, 25 de marzo de 2010

Cardio y las carreras absurdas.

Siete millones de personas mueren al día a causa de enfermedades cardiovasculares, pero no es algo que te suelan decir en la radio camino al trabajo, ni en el informativo de las tres. No quieren que se nos atragante el pollo ni que pensemos en ello en los largos atascos. Quieren que sigamos, que no dejemos de pisar el acelerador con esos automatismos propios del animal acorralado que huye dentro de una carrera absurda hacia ningún lugar.

Mirar al cielo, jugar con el flequillo de Sofía y sonrojar los pezones de Leire, sentir la arena escaparse entre los nudillos, escuchar los árboles vociferar primaveras, recoger cerezas, hacer bizcochos los domingos de resaca, montar una estantería y ver mezclarse el serrín con el sudor, ver a los abuelos con sus manos arrugadas como pasas y con venas de estaño hacer cerámica, botijos y herraduras. Observar la paciencia de las abuelas haciendo bufandas. Viajar en invierno a Canadá para ver como se hacen los verdaderos muñecos de nieve y colocarle tú la zanahoria que hace de nariz. Cortarse las uñas pero limarlas también, perder tiempo en elegir el ambientador de coche, los chococrispies con menos estabilizadores y acidulantes E-221, llamar por teléfono a mamá en plena siesta y ahogar su enfado con un "te quiero gordi" y colgar rápido para imaginar su cara de tonta. Plantar jazmín y dama de noche, aprender a encuadernar libros por si algún día tienes hijos, comer un helado todos los días, a ser posible de un sabor diferente, lo que supone más de 20000 sabores diferentes de media en una vida de 60 años, aproximadamente. Llorar con las películas cuando nadie nos ve. Escribir cosas prohibidas, de esas que pensamos pero que no nos atrevemos a que nadie sepa, y esconderlas en los cajones llenos de miscelanea, arrugarlas y tirarlas a la papelera, o lanzarlas al mar. Mirar a la gente más a los ojos. Bailar haciendo el patoso. Hacerte amigo del DJ que cada sabado te promete una canción que nunca te pone. Guardar hojas secas de otoño en libros ya leidos. Volver a ver alguna película de Emmanuelle y recordar nuestras primeras pajas los sabados eróticos de Canal Sur. Releer las cartillas "Micho". Seguir intentando capturar pequeños peces con las manos, seguir olvidándote las medidas de un buen salmorejo, seguir odiando tender y seguir amando el olor a suavizante mientras tiendes. Correr de noche, de día y a media tarde. Tatuar galimatías en verano en la piel con salitre. Abrir los ojos debajo del agua con cloro y decirle a un colega: ¿los tengo rojos? Beber cerveza en acantilados, parques y miradores. Beber vino en cenas, en la cama, echando de menos o queriendo olvidar.

¿Me sigues? nadie nos enseñó que se trata de vivir el camino y no de una despiadada carrera de supervivencia. Nadie nos dijo que cardio se va a parar tarde o temprano, sin piedad, sin preguntar, y que cuando eso ocurra, en menos de un segundo todo el camino cruzará ante tus ojos (las diapositivas de la vida, las llaman). Debe ser tremendamente triste darte cuenta sólo en ese instante que has desperdiciado toda tu vida corriendo sin pararte a pensar siquiera porque cojones corres...

viernes, 19 de marzo de 2010

Adoración. La vida desde el cielo.

Stone Roses fueron dinamita de un día y olor a pólvora para siempre. Después de "I wanna Be adored" todos han querido parecerse a Ian Brown pero a nadie les sientan las gafas cuadradas tan bien como a él.

Ser adorado es el prurito del humano. Ser destrozado, sin embargo, su sino más comunmente aceptado como norma.

La única diferencia es el sabor y la textura de la tierra, lo cual condicionará enormemente el dolor del batacazo. No importa la marca de tus zapatillas, si llevas o no la mochila impermeable o la ropa interior a juego con los calcetines. Sólo unos cuantos serán adorados y muchos otros defenestrados como baratijas de óxido lanzadas a la superficie lunar para que nadie las vea.


En otro orden de cosas, o en el mismo, son curiosas las nanerías o la cultura adquirida tras el coito. ¿Sabían que en Alaska, no recoger a un autoestopista es delito porque de no hacerlo puede morir congelado? Todo eso, como digo, lo aprendí tras un polvo, otra forma de adoración bastante vacía pero algunas veces mejor que el chocolate. Para otros, una forma de olvido.

Excepto todos aquellos astronautas con el corazón roto, todos los demás mortales se mueren de ganas por subirse al cielo y cabalgar sudando y al galope nubes con forma de Lolita. Quieren subir a bares de estrellas, meterse rayas de polvo estelar, meterla en agujeros negros y mirar desde allí al suelo. Creen que así entenderán su vida, observándolo todo pequeñito, como resumido desde allí arriba.

Sin embargo se equivocan. No se dan cuenta de que si te tumbas y miras al cielo verás el universo completo acariciándote como una flor. Seguramente seguirás igual de perdido, quizás sobrepasado y aturdido, pero en paz. Menos da una piedra dirían por ahí. Las respuestas no están en el cielo, es lo que digo yo. Pregúntenle si no a todos y cada uno de los astronautas que nos vieron desde arriba. ¿Acaso es todo más fácil ahora cuando aprendido el verdadero significado de la insignificancia? Jim Irwin no opina lo mismo.

lunes, 15 de marzo de 2010

Usarnos.

Si en los recreos del colegio te enseñan que el amor va a romperse de tanto usarlo, que la inocencia es cosa de maricones y cobardes, y que el que más fuerte y más deshumanamente acaricie, más arrebata y más se lleva, algo va jodidamente mal.
Nos hemos cansado de mirarnos, de guardar las lágrimas en tapperwares con restos de tomate solidificado y rezar para que crezcan carcajadas asilvestradas. Nada es fruto del tiempo, excepto el olvido. Nada crece por fuerza de la vista y anhelo del deseo. Nos hemos cansado de cansarnos y todo eso nos lo ha enseñado alguien. Pretender que las cosas surjan, crezcan, se follen y creen ramificaciones con tan sólo contemplar-las es el error pasivo, el dulce fracaso del hombe que decidió cortarse las piernas para fundirse con el paisaje.

Las despiadadas lecciones del cielo, las intransigentes bofetadas de los libros que no nos quieren enseñar, la lluvia de ideas que transporta el viento a veces podridas y otras tantas sesgadas, la llamada memoria colectiva del universo, osea las primeras pajas, los partidos en el albero mientras llovía, el lanzar piedras a los tejados de San Silvestre con los primos mayores. ¿Dónde me han escondido mis días grises para que te enseñe como llorabamos cuando necesitabamos el desconsuelo?

Yo voy a cagarme en este colegio de estúpidos, Voy a enseñar a mis hijos a demoler los engranajes de sus relojes, sus estereotipos llenos de derechas, centros e izquierdas. Los mios se criarán en 3D y con discos de Miles Davis y alunizajes de estrellas del pop en las paredes de su cuarto. Me cago en vuestras tiendas, en vuestros escaparates difusos, en vuestro pasado que ahora usa cirujía y que colgais en perchas para que no se arrugue demasiado.

A los mios voy a salvarlos yo, y aviso, no les enseñaré a tirar piedras al agua para hacer la ranita, os tocará cambiar las tejas de vuestras insulsas aulas cada mes de Junio cuando todo el engaño termine un año más.

domingo, 7 de marzo de 2010

Poseer.

Ella sólo quiere, y querer es poseer, y poseer es una palabra que mi diccionario no entiende, una palabra tóxica, prohibida...una palabra sin bolsillos.

Posesión es un tatuaje que duele de por vida. Sumisión es una horca de alambre de espino. Y siempre el sexo silbando detrás de la ventana, inundándolo todo, hasta las cosas inertes, hasta los penachos de plumas y los terrones de arena.

Sexo con gafas, sexo bajo la lluvia, sexo con melena, sexo sin piernas. Y no se da cuenta de que un buen abrazo va a cambiar-calmar toda mi sed y mis fingidos despistes...