domingo, 24 de abril de 2011

Domingos vertebrados en lluvia.

Uno se tira en la cama y tiene la suerte de poder ver el cielo desde ahí a través de la ancha ventana. En su mano, ese bendito margen de maniobra que consiste en pensar las cosas mirando simultáneamente las nubes, imaginando formas, sin prisa, poniéndole nombre a las cosas que no han de tenerlo.

"Mi cáncer, mi vértebra, mi ruido de volcán.
La furia contenida en un bote de fabes precocinadas o en una caja de zapatos.
El sonido de no mirar atrás.
La pelea de las mayúsculas por decir tu nombre.
Mi iracunda fiera interior con dientes hasta en las zarpas para destruir y comer, comer y destruir, ya no importa el orden.

Sien derecha. Sien izquierda.

Y la incertidumbre como un tornado que da vueltas sobre su propio eje de misterio.
Ese "si seré o no visto" habitando los coloretes de un niño escondido por primera vez en una alacena, un baúl o cualquier desván lleno de polvo y cosas viejas.

El paso del desasosiego al hartazgo cruzando...
el paso del desasosiego al hartazgo cruzando...
atravesando mi cabeza sucia y gris que se autoremienda a si misma mientras se vuelve loca los domingos de lluvia."

Pero después miro las fotos del salón donde sale gente sonriendo, donde sale el sol, donde se marchan las nubes y yo dejo de imaginar formas, nombres y ruídos, mientras por el balcón anidan gaviotas, y deja de tirarse gente y las madres cuelgan geranios, y la gente sale a correr por ocio, obligación y liberación de sus propias piernas. Y entonces suena "Light & Day", y me doy cuenta de que aunque todo esto ha pasado, nada ha terminado, las cosas siguen girando.

Y mi vecina ha hecho de nuevo tostadas...para que yo me coma el mundo.


sábado, 16 de abril de 2011

Páginas. Comedias románticas. Tardes de Sábado que parecen de Domingo...

Desde la imparcialidad que me da escribir sobre algo parecido a las hormonas agitadas en un bolsillo, al amor, a la incandescencia de los cuerpos, al destino, la casualidad, el olvido, el abrazo y el desayuno en la cama, con ésta, mi cara de tonto habitual mientras toco mi paladar con la lengua y aprieto mi férula de descarga antibruxismo con los colmillos, e intento obviar una presión intracraneal añadida (PIC) causada por un abuso de ron y verdades en la noche de ayer, sentencio que siempre se acaba pasando página, y me doy cuenta de que es jodidamente curioso que se trate de algo que no he aprendido precisamente a base de leer libros. Las páginas de Henry Miller me han enseñado cosas como que "la mejor forma de olvidar a una mujer es convertirla en literatura" pero no me han dicho mucho sobre sus canciones, los bombones equivocados, los cafés "solos" y las lunas a mitad.
Escribo de nuevo desde la imparcialidad que da haber sufrido más que muchos y menos que cualquiera, y pensar, sobre todo, que las comedias románticas tratan de personas que sufren y sonríen a la vez y que pasan gran parte de su vida con cara de ingenuos por no decir con cara de gilipollas sin saber cuanto cuesta el kilo de tomates pero teorizando sobre el abandono de los cuerpos al destino de las cosas dulces. Tipos y tipas a los que abrazarías pero a los que jamás follarías más de dos veces. Personas que dicen (sus) verdades de manera entrañablemente aterciopelada, absurdamente tierna, graciosamente simplista. Verdades que cursan sobre echar de menos, echar de casa, echar al fin y al cabo, y que argumentan con decenas de teorías pseudocientíficas y con base sociológica en el real y fundamentado pragmatismo que se te otorga cuando lloras más de dos días por el mismo coño o el mismo recuerdo (¡qué viene a ser lo mismo!). Todo ello creado para explicar lo inexplicable, para simplificar lo inabarcable, para que el mundo no se tome en serio y solo unos cuantos pensemos que reirse de eso que llaman amor es una manera más de no entenderlo, o no querer hacerlo.

Por cierto, no espero que lo entiendas. Sólo ve "(500) Days of Summer".

martes, 5 de abril de 2011

AdolesZentes Zulús


Zambullidas adolescentes en el particular zoo de mi azotea.
Donde los zarpazos en zigzag de osos escandalizados pretenden crear zebras en la espalda ajena,
rombos en la parte baja del púbis, en el zulo de tu coño.

Pequeños arañazos de silencio y céfiro azotan las sábanas blancas, los trastos viejos.
La zona prohíbida e inhabitada sita entre tu lóbulo auricular y tu nuca.
El zócalo de mi fálico centro parece zollipar pizcas de seminales entretenimientos.

Yo prefiero zozobrar con cierzo, nada de vientos primaverales.

Pero las circunstancias de Dios no se eligen ni en los cementerios,
y ahí nos tienes a ambos dos con nuestras teces,
nuestras cortezas,
nuestras desconfianzas y nuestros canguelos.

Chapuzadas en el sol, en la luz integradora del cielo,
nuestras mandíbulas hacen el sonido de dos piezas de reloj engranándose y engrasándose en un atestado zoco turco de azafranes y azufres.

Follamos como dos zoquetes peleándose sobre el limo. Como dos zampabollos frotando sus barrigas llenas de mariposas.

Uno de tus zarcillos de zafiros parece cercenar partes de mi lengua impúdica y ante un mordisco lunar de mi paleta derecha el tiempo dice basta y tus pezones sigue.

Zarandeos, requiebros, instantáneas ante el crepúsculo.

La lengua zazosa que besa y no sabe decir la verdad y los pulmones hinchados de olvido como un enorme zepelín,
porque los globos son demasiado pequeños para nosotros, para ellos, para cualquier luciérnaga enamorada.

El zodíaco narra fabulosos días de playa holgazaneando al sentir de las olas.
Nuestros dedos escriben borrascas en rascacielos.

Nuestros dedos son zapadores colocando pólvora en tus zapatos para que vueles más alto que el cóndor.
Los colmillos son zapatiestas y fiestas de alcohol en la piel, iracundas acometidas hacia la sangre subdérmica.

Amamos a zancadas,
grandes pasos de calor asfixiante.
Destrozamos a paso ligero,
gigantes e inaudibles confesiones de pérdida y olvido al más estilo zulú.