martes, 29 de noviembre de 2011

Todo el hielo del mundo...

Todo el hielo del mundo descongelándose en una habitación de matrimonio. Restos de sushi, maki, hojas de madroño y cuerpos celestes. Miro los tres aretes de tu oreja y de repente creo en agujeros negros y puertas interestelares. Creo en el silencio cuando todo el mundo grita "miedo".
Un jersey de lana funciona como generador de energía estática y atrapa mi piel en una dimensión desconocida donde Bon Iver es una religión de otoño.
No me gusta el pescado crudo pero si los labios crudos. Adoro el tacto de la ropa en un culo bien moldeado. Soy fan de los vientres desnudos cuando afuera llueve a cántaros.
Dice que le encanta mirarme cuando no la miro. Dice que no tengo el pelo demasiado desordenado. Dice cosas que los demás no escuchan. Dice que no dice nada y en el fondo es un libro enorme con tapas de terciopelo que no puedo parar de leer...

jueves, 24 de noviembre de 2011

Escuchar fijamente

Si realmente las cosas son como dices y nada ha pasado dentro de los huesos, escúchame. Y para hacerlo llénate primero los oídos de miedo, que tu cabeza sea una balsa de cosas a las que no te atreviste. Ahora tapónalos con los dedos corazones. Que no rebose ni un poquito...Agita la cabeza como en un concierto de Rage Gainst the Machine. Siente la mierda revolviéndose, el pasado haciéndose feroz y mordiéndote en la frente como un perro de presa. Mueve el cuello de manera compulsa hasta que te sientas fuera de los pies, en un estadío de consciencia cercano a la atomización de dos cuerpos a través del sexo salvaje entre polla y coño. Ebullición marciana en la sien.

Ahora frena.

Y para escucharme fijamente, mírame a los ojos.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Montaña

La llamaban montaña y su frase preferida era "Nunca nos podrá la nieve".
Con ella pasé mis mejores veranos y deshielos.
En ella rompí trineos y tragué nieve para enfriar mi alma.
Desde los cárpatos de su boca que eran una sonrisa blanca como la clara de un huevo frito, le aullaba, o aullaba en ella todas y cada una de las noches de luna encendida, con la esperanza de que me contestara "Jamás te olvidaré".
He lanzado pequeñas bolas desde lo más alto que al llegar a sus pies resultaron ser grandes problemas.
Montaña me quiso como un río y me olvidó como una avalancha. Montaña jamás fue mía como yo no fui de su roca pectoral.
La cordillera Helvética de su costado afilado me sirvió de tobogán una y otra voz al grito de "Nadie te merece más alta que yo".
Montaña no tuvo risas para mi, tuvo sonido de abetos retorciéndose.
Montaña y sus osos, y sus rugidos, y sus piñones alimentando las primaveras de su ombligo.
Montaña queriendo ser plana para no ver tanto el mundo y quererme más.
Montaña deseando ser simplemente suelo, playa, agua, adiós e infinito...


sábado, 19 de noviembre de 2011

Mediocridad

Dijo un francés, de profesión escritor, llamado Anatole France, que "Los hombres mediocres, que no saben que hacer con su vida, suelen desear el tener otra vida más infinitamente larga". Consiguió un premio Nobel de Literatura allá por el año 1926, y más tarde murió sin pena ni gloria, no sabemos si anhelando o no más tiempo de vida. Hoy pocos se acuerdan de él.
Mientras fuera llovía con desamparo y yo andaba camuflando el sonido y el dolor de la lluvia (esa que hace tanto mal a los hombres solos) con el agua del fregadero, se derramó de uno de los platos un resto de atún, y unas gotas de vino junto con la palabra "mediocridad". Un mediocre es un conformista ignorante. Un mediocre es aquel que jamas llora en un museo, que no piensa con la almohada ni intenta comprenderse más allá de la piel, que jamás gastará quince euros en un buen vino a lo largo de su vida, sólo para saber que hay otro mundo dulce que existe, aunque no lo pueda tener.
Chesterton, que era también escritor, pero británico, y treinta años más joven que France, observó que "La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta". Yo observo la lluvía... una y otra vez, no me canso aunque a veces me ponga triste. Ser mediocre...pienso...Uno puede serlo por logros, pero no por sueños. Aunque eso sería un soñador ¿Un mediocre soñador? Joder, en otoño pienso más nublado.
Suena Andrew Bird. Ese seguro que no es un mediocre, aunque folle descaradamente mal seguirá siendo un genio.

¿Y la línea que separa el ser mediocre del no serlo? ¿Dónde habita? ¿Será tan delgada como la que separa el amor y el odio? ¿Qué decide que seas o no mediocre? ¿Qué hito en tu vida te marca como un ser fuera de la mediocridad? ¿Follarte una mujer escultural? ¿Conquistar a una camarera?¿escribir un best seller? ¿Ser Cum Laude por la universidad de Columbia? ¿Quién lo dictamina si no tú mismo?

No quise yo dar el tema por zanjado y abrí de par en par las cristaleras de mi terraza mientras pensaba nuevamente en si era o no un ser mediocre. Tras vacilar largamente, mi respuesta fue "No". No puede considerarse un mediocre aquel que como mínimo se plantea la duda. Un mediocre, nace, se reporduce, bebe, come, folla, a veces ríe, a veces sonríe, otras se va de viaje a Punta Cana, se compra un televisor de plasma, pero no se pregunta por qué. Un mediocre suele ser un robot sin capacidad para el cortocircuito, Un copiloto que jamás intentará guiar al conductor por una ruta alternativa porque no valora la existencia del riesgo. Mediocridad es seguridad, pragmatismo, rutina, estatismo.

Yo cuando viajo con un amigo no suelo usar mapa aunque siempre nos perdemos. Soy un ser no mediocre, excepcional, pero avocado muy probablemente al fracaso, y eso me gusta más que todas las camareras y las canciones del mundo juntas en una sola habitación...

martes, 15 de noviembre de 2011

Vendido, vencido.

Mi televisión es prácticamente otro mueble, sólo que su piel es de plástico y por dentro la vertebran cientos de conexiones complejas. Es incapaz de quitarse el polvo, no respira, pero tiene la jodida facultad de hacerme tanto daño...
Mi televisión es un pasillo negro, o mejor dicho, un agujero negro hacia una realidad aún más oscura alejada de mis libros, mi chaquetón de plumas y mi terraza con barbacoa. Mi televisión son dos bofetadas, tres litros de café caliente y cinco de agua fría, un pellizco en el oblicuo del abdomen de marca Toshiba que deja cardenal de seis días...
Ayer escuchaba la historia de ese accidente de tráfico en el que un padre y su hijo de tres años se salen de la carretera despeñándose por un ligero barranco. Tras veinte horas, son encontrados. El padre muerto permanecía abrazado a su hijo que logró sobrevivir gracias al calor de su padre. El viaje de ambos era un trayecto de vuelta hacia casa. El pequeño, que padecía autismo, asistía a un colegio de educación especial situado en otro municipio. Me detengo en las declaraciones de una abuelita oriunda del pueblo del padre. "Que muerte más bonita" decía ahogada en un llanto pero con la cabeza bien erguida y con una medio sonrisa.

O la historia de esa mujer muerta a causa de un aneurisma cerebral tras pasar más de sesenta horas dando tumbos de un hospital a otro sin poder ser operada por falta de medios, por recortes, por excusas.

O la del chico iraní asestando puñaladas en Bilbao.

O la del tiroteo en Murcia causado por otro desequilibrado.

O los 100 muertos en Siria en 24 horas de enfrentamiento.

O como apagar rápido la tele antes de beberte las lágrimas.

O como ir a la ferretería del barrio a comprar un gran martillo.

O como reventar la realidad de un golpe y decidir seguir siendo un cobarde que ni siquiera aprieta los puños, un ignorante cansado y un vendido.

O un vencido...

sábado, 12 de noviembre de 2011

Una de mis musas es un rectángulo acelerado

He vuelto a coger el autobús después de años. A veces, mientras leo en cualquier parte de ese gigante rectángulo en movimiento, me detengo, miro en derredor y pienso en los sonidos de las palabras. Ajar, voluptuosidad, encarnado, gesticular...
Cuando eso ocurre, intento mezclarlas a toda costa. Me encanta cuando el resultado suena a lluvia o a verano, o a las dos cosas a la vez. Se me ocurren cosas ñoñas, sinsentidos, regalices y manzanas. Muy de vez en cuando aparece algo destacable que quiero recordar más tarde para pintarlo en las paredes de mi cuarto de baño, pero cuando tras llegar a casa, me pongo el pijama, me lavo los dientes y me planto con el rotulador delante de la inmensidad del azulejo blanco, el sonido se ha evaporado.
Hace unos días volvía a casa con más cervezas encima que vergüenza. No llevaba libro, ni cabeza, ni intenciones. Tomé el primer autobús, el de las seis y media. Estaba cargado de maletas y gente de todo tipo con destino "Estación de autobuses". Entre todos ellos me fije en una chica menuda, o ¡menuda chica! Ambas cosas valían.
No paraba de mirarse los zapatos y a continuación los del resto, incluidos mis enormes cuarenta y siete. Volvía a los suyos, esbozaba una sonrisa, se azuzaba el pelo. Todo ello en una especie de rito preconcebido. Los borrachos no suelen disimular y menos a las seis y media, así que no dejé de mirarla.
De repente, decenas de imágenes e ideas absurdas tropezándose en mis sienes como un torrente de agua.
¿Cuántos habrán existido para ella? ¿Habrán sido más o menos cabrones que yo, cuando lo fui con todas las que no supe apreciar? ¿Cuántos pasaron por su vida que no atendieron a la manera en que sonreía? ¿Cuántos litros de lágrimas habrá llorado los últimos cinco años? ¿Cuántas flores podría haber regado con ellas? ¿Será más de hacerlo de lado, o ponerse encima? ¿Le gustará el helado de pistacho?
Como un relámpago surgen tres palabras y comienzo a manosearlas, jugando con ellas en mi cabeza. Sonrío porque se me ocurre un tatuaje con ellas e intento guardarlas pero no tengo batería en el móvil. Odio estar borracho cuando no estoy bebiendo...
Vuelvo en sí y la chica ya está bajándose en la estación con su enorme maleta. Afuera arrecia el frío porque acaba de estremecerse. A mi ya sólo me quedan dos paradas para llegar a casa, y mientras el motor ruge de nuevo y se aleja a trompicones, decido observarla por última vez suponiendo que su recuerdo será la mejor regla nemotécnica para memorizar las palabras y su sonido a salvación y esperanza.
Llego a casa y antes de que pueda siquiera acercarme al baño, caigo fulminado en el sofá. Cuatro horas después me despierta la boca seca y unas ganas infernales de mear. Me incorporo a duras penas con la cabeza como una infernal locomotora a carbón trabajando a plena ebullición. Voy al servicio y mientras meo, miro la frase de todos los días escrita justo a la altura de mis ojos. "Vive por y para sentir y nunca por costumbre". De repente me acuerdo de sus facciones alejándose muerta de frío pero sin dejar de sonreir. Cojo un rotulador azul. Escribo...

"Tu sonrisa son poemas, flotadores y anclas, cuando en este mundo ya nadie quiere nadar"

Demasiado recargada incluso para un borracho. Borro e intento de nuevo.

"Tu sonrisa como flotador preferido" No...no me gusta del todo. Vuelvo a borrar.

"Mis poemas son tus sonrisas" o "Mi poesía son tus sonrisas". No, no y no. Borro.

"Sonrisa, flotador, poesía". Ahora sí. Un nuevo día está empezando.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Arre penti miento

Una vez le dije a una persona muy especial que la vida estaba hecha de prioridades, elecciones y titubeos. Mi prioridad por aquel entonces fue irme lejos, cerrar la puerta y decirle adiós.

Más tarde pensé en rehacer la frase: La vida está hecha de prioridades y elecciones, titubeos y arrepentimientos. Y los porcentajes en que se combinen dependen del diámetro costal de cada uno, de si hace sol o llueve y de que el tiempo que haya pasado haya sido prudencial, exacto o exagerado.
A mi me encanta como suena la palabra arrepentimiento ¿A vosotros no? Está llena de consonantes muy fuertes que repiquetean y hacen sonidos de truenos, carretas, disparos de cámaras lomográficas y cascadas de agua sobre cuerpos de metal. Hay gente que odia lo que ocurre cuando se pronuncia, lo que se derrama sobre el aire; gente que te dirá que no se arrepienten de nada en su vida, que no volverían atrás, que a lo hecho pecho y que son lo que son por los errores que cometieron. A mi sin embargo me encanta si se dicen desde dentro y espaciados en el tiempo. Arrepentirse todos los días es vivir en ciénagas de cobardía. Por eso, un poquito de vez en cuando, no hace daño. Puedes hacerlo con tu propia piel y mantener a buen recaudo en secreto o puedes lanzarlo al horizonte y que todo el mundo lo sepa. Yo prefiero la segunda opción, dinamita el orgullo, te pone alas en los tobillos y paz en la garganta.

A diario elegimos, cada décima de segundo. Nuestros pasos pueden optar por charcos o acerado seco, podemos beber zumo de naranja y plátano o leche con miel. Jersey o sudadera. Sal o azúcar, beso o abrazo. Coche verde o coche azul. Escaleras o ascensor. Cada segundo es una decisión que puede cambiar tu existencia para siempre modificando el rumbo de tus días; y arrepentirte no modifica las elecciones, ni es una máquina del tiempo, ni deshace los errores pero en cierta forma es algo necesario y tan suaaaave.

Joder, estoy dando demasiados rodeos para justificar un arrepentimiento y un lo siento...

Por lo que pueda pasar hoy he elegido jersey gordito, zumo de naranja y plátano, Immanu el, calcetines más gorditos y sol en los bolsillos, ya sabes, mucho sol capaz de derretir toda esta nieve que nos ha separado.

Me arrepiento...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El Señor Welsh y los 7000 millones.

Leo al señor Irvine Welsh. Para ser más exactos tengo entre manos "Escoria". Lo llevo al baño, a la terraza, al autobús y al Mercadona. Es como un brazo o un hijo tonto. Aprovecho resquicios de tiempo y cualquier vacío de reloj para ver que cojones va a hacer el hijo de puta de Bruce Robertson.
Mi tele es un adorno. Messi, un astronauta. Llevo sin ver el telediario más de una semana. Prensa poca. Mujeres menos. Vino algo más, y cerveza, y ron, y café, y sonido de grúas.
Lo único que recuerdo de estos últimos días es que ella no ha aparecido y que ya somos siete mil millones.

"Irvine y los 7000", así llamo a estos días, así podríamos llamar a este Otoño tardío.

Pienso mucho más en voz alta. Pongo menos lavadoras. Miro más al reloj. Tic-tac. Gestos nerviosos. Miro precios de telescopios para observar la cara oculta de la luna. En las películas me fijo en los malos y en sus cejas. Leo sobre economía. Olvido sobre césped, guitarra y cometas. Observo si todo el mundo paga la cerveza. Detengo mi atención en todo aquello que no quería ver cuando hacía Sol: gente con rictus severo, con barras de pan y paquetes de salchichas, con prisas; coches fúnebres; peleas de gallos; abrigos caros; colas; pintadas; viejos, cansados; hojas, secas; negritos vendiendo discos, bolsos, carteras, correas; heridas; marcas; cicatrices; lombrices; gusanos; facturas; dolores de cabeza; contenedores; dolores de muelas; ceniceros; charcos, de barro, de sangre, de aceite; montañas, de miedo, de sueros, de anestésicos, de quebraderos; que a su vez son de huesos, o de cabeza...

La estadística se rompe, pero ella, a su vez, por pura venganza, también suele rompernos con sentencias al cuello. La de hoy es que si somos positivos y tomamos únicamente un diez por ciento de gente mala, perdida, cansada, aburrida, humillada, sin metas, sin futuro, sin promesas, sin pasado, sin coche, sin flores, sin nevera o sin escondite. Sólo un diez por ciento, repito. Nos da la friolera de setecientos millones de bombas de relojería apunto de explotar.

Yo en mi vecindario tengo más de uno. Sólo espero estar bien lejos, allá en la primavera, para que al explosionar no me salpique la mierda.