miércoles, 23 de mayo de 2012

Mi poesía ha sido siempre gente dormida,
mosquitos reventándose contra las lunas de un coche nuevo.
Niños aprendiendo a tocar acordes de Black Sabath en el garaje de sus padres.
Lo que queda en las calles cuando amaina la riada: los esqueletos del lodo. 

Mi poesía ha sido puta de labios pintados y tres pollas a la vez,
el dolor de un miembro fantasma en el pecho,
los veinte primeros segundos de perplejidad bajo la nieve de una avalancha.


Ha sido Perros hambrientos tapándose de la noche con sacos rotos,
cicatrices purulentas y hondas como las venas de un precipicio.
Ventisca que nadie quiere en azoteas de ropa tendida
y vómitos eléctricos sobre blanco mármol impoluto.

Mi poesía empezó a currar en estercoleros con tan sólo dieciséis
y nadie le dejó mascarilla, ni guantes, ni botas altas.
Nadie dijo "Los cristales al azul, el papel al amarillo".
Se mezcló todo. Ahora duele.
Mi poesía son salones tras una fiesta, llenos de mierda...

Por eso, si me preguntaran que por qué ahora, 
que de qué va todo esto,
qué por qué vuelve,
les diría que simplemente ha llegado la hora,
la hora de pagar el precio.


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